En el post de la semana pasada tratábamos los sesgos cognitivos del inversor, es decir, peculiaridades en la manera en que nuestro cerebro recoge y procesa la información, y que inevitablemente afectan a nuestras decisiones financieras. Algo importante que destacar de los sesgos cognitivos es que se dan aun cuando procuramos actuar de la manera más racional posible.
Frente a estos sesgos, tenemos los sesgos emocionales. En estos casos lo que sucede es que el inversor se deja influenciar por sus sentimientos y deja de comportarse de manera racional. En este artículo, exploraremos detenidamente algunos de los sesgos emocionales más notorios que afectan a los participantes del mercado. Si eres inversor, seguramente te sentirás identificado con alguno.
1. Aversión a las pérdidas
La aversión a las pérdidas representa la tendencia de los inversores a valorar las pérdidas más que las ganancias de igual importe. Psicológicamente, las pérdidas producen un impacto emocional mayor que el de las ganancias. En otras palabras, el dolor asociado con la pérdida de dinero supera la alegría derivada de obtener beneficios. Este sesgo emocional fue identificado por el célebre psicólogo Daniel Kahneman, que ganó el Premio Nobel de Economía en 2002 (curiosamente, siendo psicólogo y no economista).
Una consecuencia de la aversión a las pérdidas es, curiosamente, que los inversores están más dispuestos a asumir riesgos cuando de lo que se trata es de recuperar pérdidas pasadas, en lugar de ganar dinero de forma neta. Por ejemplo, el inversor en pérdidas está dispuesto a comprar activos mucho más especulativos, con la esperanza de “dar el pelotazo” y recuperarlo todo. Evidentemente, tan probable es que le salga bien la jugada como que le salga mal, y en ese caso el inversor se hundirá aún más en su pozo de sufrimiento y miseria.
Aquí conviene hacer un matiz, y es que en muchos casos asumir más riesgo cuando estamos en pérdidas es algo muy racional. En particular, pensemos en un gestor de fondos que cobra una comisión variable en función de la rentabilidad obtenida por su fondo. Si cuando el fondo está en pérdidas el gestor no cobra nada, con independencia de cómo de grande sea esa pérdida, entonces al gestor le compensa asumir mucho riesgo para aumentar la posibilidad de conseguir grandes ganancias y cobrar la comisión, ya que si, por el contrario, las pérdidas se acrecientan eso no va a afectar a su remuneración (aunque evidentemente tiene otras consecuencias).
Otra forma en la que se manifiesta la aversión a las pérdidas es en el hecho de que muchos inversores se niegan a vender una posición en pérdidas aunque la información disponible apunta a que no se va a recuperar, o que no va a hacerlo en un plazo razonable. Con tal de no reconocer el error y asumir la pérdida, el inversor prefiere esperar a que el precio vuelva al nivel al cual compró. Ya ni siquiera aspira a ganar dinero, se conforma con no perder.
La otra cara de la moneda de este sesgo es que cuando el inversor, en lugar de sufrir pérdidas, está ganando con su inversión, el miedo a perder lo ganado hace que se vuelva demasiado conservador. Por ejemplo, cuando la acción que ha comprado ha subido un poco, la vende para cosechar las ganancias porque no quiere enfrentarse a la posibilidad de que el precio baje y perder lo ganado, aun cuando la acción todavía tiene potencial al alza.
Por resumirlo un poco, el miedo a las pérdidas puede llevarnos a:
vender con pérdidas demasiado tarde
asumir demasiados riesgos debido a la ansiedad por recuperar las pérdidas
vender con ganancias demasiado pronto
2. Sobreconfianza
El sesgo de sobreconfianza se manifiesta cuando los inversores sobreestiman sus habilidades y conocimientos, subestimando los riesgos asociados con sus decisiones de inversión. Esta actitud excesivamente optimista puede conducir a la toma de decisiones impulsivas y a una exposición excesiva al riesgo.
Este sesgo guarda relación con el sesgo de ilusión de control, que es uno de los sesgos cognitivos que vimos en el artículo anterior. La ilusión de control hace que el inversor crea que tiene capacidad de influir en fenómenos que en realidad se deben al azar. Realmente viene a ser lo mismo que la sobreconfianza, pero aquí el protagonista es el elemento emocional. Lo que lleva al inversor a tener un exceso de confianza es que la confianza es una sensación agradable. En este sentido, el sesgo de sobreconfianza existe para proteger la autoestima de la persona.
La sobreconfianza genera el sesgo de “auto-atribución”, según el cual las personas tienden a atribuirse el mérito por los éxitos y a descargar responsabilidad (“echar balones fuera”) por los fallos. En el caso de un inversor, por ejemplo, pensará que las acciones que compró suben porque supo ver con acierto el valor que hay en ellas, y en cambio pensará que las acciones que caen lo hacen por razones muy difíciles de prever o directamente impredecibles.
Como resultado de este sesgo, al igual que sucede con muchos otros, el inversor tiende a “tradear” en exceso, lo cual deprime los retornos de su cartera. En estos casos, como diría Terry Smith, “es mejor no hacer nada*.
*”Buy good companies, don’t overpay and do nothing”. Es decir, compra buenas compañías a precios razonables y después estate quietecito; ten el foco puesto en el largo plazo.
En muchos casos la sobreconfianza se basa simplemente en la esperanza. El inversor deja de lado un análisis racional de la situación porque “confía” en que la inversión irá bien. Esto lo podemos relacionar con el sesgo de confirmación, que es uno de los errores cognitivos que veíamos en el post anterior. El inversor “decide” de antemano que una tesis de inversión es sólida, y entonces da importancia únicamente a la información que confirma o valida ese posicionamiento previo.
3. Sesgo de autocontrol
El sesgo de autocontrol se refiere a las dificultades que experimentan los inversores para mantener la disciplina y resistir la tentación de tomar decisiones impulsivas en momentos de volatilidad del mercado.
Por ejemplo, supongamos que un inversor ha establecido un plan financiero sólido con una asignación de activos bien diversificada. Cuando el mercado experimenta turbulencias, el sesgo de autocontrol puede inducir a este inversor a desviarse de su plan y vender activos presa del pánico. Esta falta de autocontrol puede resultar en la pérdida de la estrategia a largo plazo y en la incapacidad de aprovechar las oportunidades que la volatilidad del mercado puede presentar. Muchos inversores se ven en esta situación porque en un inicio, cuando construyeron su cartera, infraestimaron su propia aversión al riesgo.
Otro supuesto en el que el sesgo de autocontrol hace acto de presencia, de la mano del sesgo de aversión a las pérdidas, es cuando el inversor establece un precio objetivo para vender sus acciones, pero termina vendiendo antes de que lleguen a ese nivel por miedo a que el precio caiga y tener que arrepentirse de no haber vendido cuando estaba en ganancias.
Por último, y al margen de lo directamente relacionado con la compra y venta de activos, otra forma de interpretar el sesgo de autocontrol es como la incapacidad de ahorrar tanto como nos habíamos propuesto, ya que caemos en la tentación de satisfacer nuestras necesidades hoy, en perjuicio de nuestros objetivos de largo plazo.
4. Sesgo de dotación (endowment)
El sesgo de dotación se refiere a la tendencia de los inversores a valorar más sus activos por el simple hecho de que los poseen, independientemente de su verdadero valor de mercado. Esto contradice la teoría económica tradicional, que establece que una persona debería estar dispuesta a pagar por un bien el mismo precio al cual estaría dispuesta a venderlo. Debido al sesgo de dotación, el hecho de que el bien pase a estar en posesión de la persona hace que valga más para ella.
Este sesgo está ligado al conservadurismo que explicábamos en el post anterior sobre sesgos cognitivos; el inversor prefiere mantener sus inversiones, las cuales ya conoce, que dar entrada a nueva información en forma de nuevos activos. También está muy relacionado con el miedo al arrepentimiento, del cual hablamos a continuación.
El sesgo de dotación se presenta cuando el inversor “le coge cariño” a las inversiones de su cartera. Cuando llevamos mucho tiempo invertidos en una compañía, pensamos que vender es algo así como una señal de deslealtad. También se da este sesgo cuando un inversor no quiere vender ciertos activos porque los heredó de algún ser querido. De nuevo, la venta de esos activos se interpreta como una deslealtad o falta de respeto al difunto.
5. Miedo al arrepentimiento
Este sesgo emocional se manifiesta cuando los inversores evitan tomar decisiones que puedan llevar a sentimientos de arrepentimiento, incluso si esas decisiones son lógicas y fundamentadas. Es el miedo a cometer errores.
Aquí hay que distinguir entre error de comisión y error de omisión. En el error de comisión, nos arrepentimos por haber hecho algo; en el error de omisión, nos arrepentimos por no haber hecho algo. Estudios realizados apuntan a que el arrepentimiento es más intenso cuando los resultados desfavorables son el resultado de un error de comisión, que cuando son el resultado de no hacer algo. Como consecuencia, el no hacer nada se convierte, por defecto, en la opción preferida por muchos inversores, algo que ya veíamos en los sesgos de conservadurismo y de dotación. “Mejor estate quietecito, a ver si la vas a liar”.
Otra consecuencia del miedo al arrepentimiento es la tendencia del inversor a actuar como los demás (efecto “rebaño”). Nuestros errores nos parecen menos graves si los demás también los cometen, aunque todos perdamos dinero. Aquí, como ya vimos en otros sesgos, podemos atribuir algo de racionalidad al comportamiento del inversor. Pensemos en un gestor de inversiones que trabaja para algún multimillonario sin demasiada educación financiera. Probablemente este inversor poco sofisticado sea más “comprensivo” con el gestor si pierde dinero invirtiendo en Apple que si lo pierde invirtiendo en bonos exóticos.
Por último, otra forma en que se manifiesta este sesgo es como la tendencia a darle la razón al mercado, a pesar de que sabemos que el mercado es muy irracional y se mueve por impulsos. Cuando una acción que tenemos en cartera cae de precio, aunque aparentemente no haya información nueva que lo justifique, nos asaltan las dudas y perdemos confianza en nuestra tesis Pensamos: “Si la acción cae, será por algo”, y nos da miedo tener que arrepentirnos de no haber vendido antes.
No todo es culpa tuya
En la prevalencia de los sesgos del inversor, ya sean emocionales o cognitivos, influye el entorno “institucional” en el que el inversor se desenvuelve. Los inversores que actúan completamente en solitario, gestionando su propio dinero, no tienen que preocuparse de lo que digan los demás, pero cuando se gestiona el dinero de terceros, o cuando se hace bajo la supervisión de un jefe (que también tiene sus propios sesgos), la toma de decisiones puede verse muy distorsionada.
Si trabajas gestionando el patrimonio de una compañía o fundación cuyos dueños son gente muy conservadora, inevitablemente vas a invertir de manera conservadora, aunque a veces no seas consciente de ello. Si nadie en la organización quiere siquiera oír hablar de un default en la cartera de renta fija, no vas a invertir en bonos muy arriesgados aunque ofrezcan rentabilidades extraordinarias. Si tu jefe se echa a llorar cada vez que las acciones bajan, evitas darle ideas de inversión, porque piensas que luego eso irá en tu contra si la acción no sube en un plazo corto. En el plano familiar, podemos decir algo parecido del inversor que tiene al cónyuge al lado fiscalizando todo lo que hace con el patrimonio familiar.
En definitiva, si inviertes el dinero de otro, tienes que cargar con sus sesgos además de con los tuyos propios.
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Para terminar, insisto en las recomendaciones del post anterior: lo mejor para mantener los sesgos bajo control y que no desvirtúen completamente nuestro proceso inversor es contrastar nuestras opiniones y ponerlas a prueba continuamente, tratando de ser lo más objetivos posible y a la vez asumiendo que es imposible ser totalmente objetivo. Además, es buena idea elaborar un plan y ceñirnos a él. El hecho de registrar de manera formal nuestras opiniones (como puede ser un precio objetivo para vender una acción) hace que después nos cueste más cambiar de idea por un arrebato emocional.
Con la experiencia, cada inversor tiene que ir aprendiendo cuál es la mejor manera de lidiar consigo mismo.
Contacto: angelruizmonasterio@gmail.com
(Imagen de portada: Freepik)
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