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Cierre de Octubre en Cartera Permanente Global

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La Cartera Permanente Global de la que hablamos en este blog se inspira en el fondo MyInvestor Cartera Permanente, el cual gestiona 83 millones de euros en su formato fondo de inversión y 17 millones de euros en su formato fondo de pensiones.


La diversificación geográfica en una apuesta como la Cartera Permanente nos da un salto de calidad y nos permite no tener que apostar por el área geográfica dominante en cada momento. Y es que incluso en una estrategia tan sólida como es la de la Cartera Permanente, podría darse el caso de obtener rendimientos muy inferiores a los esperados en base a su media histórica, como vimos en el ejemplo de la Cartera Permanente japonesa.


Con la diversificación realizada en MyInvestor Cartera Permanente, conseguimos siempre no ser ni el primero ni el último, si no el del medio. En la inversión éste es uno de los principales objetivos a largo plazo, la consistencia.


Si quieres profundizar más en lo que comento, puedes hacerlo aquí.


Octubre cierra con la Cartera Permanente Global cerca de máximos, en torno a un 10% de rentabilidad y el fondo MyInvestor Cartera Permanente cierra octubre muy por encima del Benchmark.

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Fuente: Gráfico de Morningstar desde inicio de Cartera Permanente.


Cuando me pongo a reflexionar sobre el mercado a final de mes para escribir el cierre mensual de Cartera Permanente, siempre vuelvo a los mismos cuatro puntos cardinales: la macro que marca el pulso del día, el oro que mide el miedo y la paciencia, los bonos que fijan el precio del tiempo y la renta variable que recoge, con retraso o exageración, todo lo anterior. No hace falta conocer cada número para orientarse; basta entender las corrientes que empujan a cada activo y cómo se encadenan entre sí.


La macroeconomía de fondo es una historia de desinflación cansada y crecimiento desigual. Los precios ya no corren como antes, pero tampoco se rinden: los bienes han aflojado, los servicios se resisten, y el salario—que es el termómetro más convencional del ánimo colectivo—oscila entre normalizarse y recordar que la demanda de trabajo sigue tensa en ciertos sectores. Los bancos centrales no quieren volver a encender la hoguera de la inflación, pero saben que apretarla de más fractura el crédito, enfría el consumo y asusta a la inversión. En paralelo, los gobiernos emiten deuda para cubrir déficits que no se arreglan solos; el mercado no discute la necesidad, discute el precio. Y por debajo de todo, la liquidez: cuando hay escasez de dinero disponible—por tipos más altos, por reducción de balances o por más oferta de bonos—es cuando se ven los problemas de verdad, o como dice la frase, cuando baje la marea, veremos quien nadaba desnudo.


El oro, en este contexto, no es capricho: es un imprescindible (llevamos escribiendo sobre ello desde 2020). Si los rendimientos reales (los tipos después de inflación) suben, el metal siente el peso de su propio silencio, porque no paga cupones. Pero el relato no termina ahí. En los últimos meses, la subida ha tenido mucho detrás: compras constantes de bancos centrales que lo tratan como un seguro de largo plazo, apetito de particulares que desconfían de la deuda pública cuando el déficit se vuelve conversación política, y episodios de tensión geopolítica que, sin pedir permiso, revalorizan la idea de tener un activo que no depende de la promesa de nadie. De vez en cuando el dólar se fortalece y lo encierra; otras veces, una caída del billete verde le abre la puerta. Lo esencial es recordar que el oro no sube “por magia”: sube porque el coste de oportunidad baja, porque alguien grande lo quiere, o porque el mundo busca un refugio cuando el resto tiembla. Cuando coinciden dos de esas tres fuerzas, el movimiento no suele ser menor.


Los bonos gubernamentales cuentan otra historia: la del tiempo. Un bono a 10 años no es solo un papel; es un compendio de expectativas sobre tipos futuros, inflación esperada y prima por riesgo de duración, esa pequeña compensación que exige el mercado por comprometerse a tan largo plazo. En los tramos cortos, el precio se mueve al ritmo de lo que dicen los bancos centrales hoy; en los largos, al rumor de lo que creen que dirán mañana, y a la cantidad de papel que haya en circulación. Por eso vemos curvas que se invierten y luego se empinan, días en que suben los rendimientos aunque el crecimiento no mejore (más oferta, menos compradores marginales), y otros en que caen por la simple sospecha de que la inflación perdió fuerza real. Para el inversor, la traducción es sencilla: más rendimiento implica más “carry” (el cupón que te pagan por esperar), pero también más sensibilidad a los sustos. La duración es palanca: multiplica la ganancia cuando los tipos bajan y agranda la pérdida cuando suben.


La renta variable vive con esa montaña rusa pegada al parabrisas. Cuando los tipos reales se elevan, el futuro vale menos hoy y las compañías que prometen beneficios lejanos sufren más que las que generan caja ya. No es ideología; es aritmética de descuento. Por eso los mercados rotan por rachas: de crecimiento a valor, de tecnología a sectores “aburridos” que pagan dividendos, de pequeñas a grandes o al revés, según qué fuerza macro domine la escena, o también, según que narrativa. En paralelo, los beneficios corporativos marcan los límites del optimismo: si la inflación afloja pero los márgenes aguantan, las cuentas cuadran; si los ingresos frenan y el coste de la deuda sube, la exigencia de múltiplos se vuelve incómoda. El resultado es un mercado con dos carriles: unas pocas compañías sostienen los índices cuando el resto se queda sin aliento, y cualquier giro en la narrativa de tipos—una décima arriba o abajo en inflación, un matiz en una rueda de prensa—provoca rotaciones violentas que parecen nuevas y en realidad son las de siempre, es decir, las modas o el perseguir rentabilidades.


Con este telón, el oro funciona como seguro anti-historias mal contadas: actúa cuando nadie quiere actuar. No hace falta enamorarse de él; basta entender su utilidad táctica cuando sube la prima de riesgo del mundo o cuando el mercado de bonos exige tanto rendimiento que cuestiona la sostenibilidad política de los déficits. En el lado de los bonos, la reflexión es más técnica: elegir duración es elegir sensibilidad al relato de tipos.. Y en la renta variable, la pregunta real es cuánto de lo bueno ya está en precio y cuánta sorpresa queda por venir en beneficios, márgenes y recompras. Cuando la dispersión es alta—unos pocos nombres tiran del resto—la gestión importa más que el índice.


Los próximos meses, como siempre, dependerán de pocos hitos que todo el mundo mira a la vez: lecturas de inflación y empleo que afinen el tono de los bancos centrales; el calendario de emisiones y subastas que marque la digestión de oferta; el pulso del dólar contra el resto, que traduce el apetito o el miedo global; y la estela de la temporada de resultados, que, para bien o para mal, reubica expectativas. Entre tanto, conviene recordar que a nosotros, como partícipes de la Cartera Permanente, cualquier posible devenir, nos deja razonablemente bien parados, y eso, con los años cada vez somos más conscientes de que no tiene precio.


La cartera permanente no se posiciona: espera. Sea cual sea el titular de mañana, su reparto está pensado para no romperse. No promete el mejor resultado del año; promete un resultado vivible a través de los años. Menos nervio, más constancia.

Una vez hecho el mapa mental de la situación, vamos con los datos de cierre de mes. Como ya sabéis, la Cartera Permanente Global, se divide en 8 subcarteras permanentes, y quien no lo sepa, puede leer sobre ello con detalle en el blog. Aquí tenemos la foto de cierre de octubre:


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Cartera Permanente Eurozona

En Europa el año se leyó con un orden casi pedagógico: primero la inflación cediendo a un ritmo que devolvió credibilidad al objetivo del banco central; después, un BCE que dejó de tensar la cuerda y permitió que el sistema respirara; por debajo, un euro con algo más de pulso que en ejercicios anteriores. Ese triángulo —precios a la baja, política menos amenazante y divisa firme— cambió el ánimo de los inversores. La renta variable se benefició de una rotación largamente pospuesta: bancos mejor capitalizados, industriales que volvieron a facturar con normalidad, consumo que dejó de ser rehén de la energía. Donde no hubo tregua fue en la parte larga de la curva: el mercado siguió pidiendo prima por el tiempo y por la aritmética fiscal, y eso mantuvo incómodos a los bonos a vencimientos largos pese a algún rally tardío. En paralelo, el oro actuó como seguro transversal: no por miedo a Europa, sino por la incertidumbre global y la sensación de que un activo real y líquido servía de bisagra para carteras más equilibradas.


Cartera Permanente Estados Unidos

Estados Unidos encarnó la paradoja del año. La Reserva Federal pudo empezar a aflojar, la economía real aguantó mejor de lo que muchos temían y, sin embargo, el dólar perdió su aura de refugio automático. Entre dudas fiscales, emisiones abundantes y ruido comercial, la divisa dio margen a sus pares; y aunque los tipos cortos se movieron a la baja, la parte larga se mantuvo recelosa, con un término de riesgo que volvió a importar. La bolsa salvó el curso, pero lo hizo por concentración: un puñado de compañías de infraestructura digital —cómputo, chips, nube— acaparó flujos y titulares, mientras la “economía normal” avanzaba con paso más corto. Para un gestor disciplinado, el mensaje fue doble: aprovechar el liderazgo tecnológico sin olvidar que, en años así, el amortiguador viene de la diversificación real —oro, algo de duración bien escogida, y exposición internacional que no dependa del billete verde.


Cartera Permanente Reino Unido

El Reino Unido caminó por la cornisa. La inflación bajó, sí, pero siempre un escalón por encima de sus vecinos; el banco central evitó gestos grandilocuentes y dejó que el mercado imaginara el calendario de alivio. La libra pagó esa incertidumbre y el debate fiscal permanente, y los gilts vivieron un año de ida y vuelta: primera parte áspera, segunda con mejor tono según las expectativas de recortes ganaron tracción. En bolsa, el sesgo internacional del FTSE volvió a ser aliado: energía, minería y farmacéuticas, con gran parte de ingresos en el exterior, ofrecieron estabilidad mientras el consumo doméstico seguía sin brillo. Para quien invierte en libras, la combinación razonable fue clara: acciones de corte global, poca ansiedad por perseguir duración larga, y un bloque de cobertura —oro incluido— para amortiguar vaivenes de divisa.


Cartera Permanente Canadá

Canadá mostró el manual de una economía de materias primas en un año de demanda global desigual. El banco central viró antes que otros hacia un tono más acomodaticio para aliviar a una economía con familias muy apalancadas en hipotecas; el dólar canadiense, sensible al ciclo y al apetito por riesgo, lo acusó. La renta fija encontró alivio en los tramos cortos, mientras que la parte larga quedó anclada por las referencias globales. La renta variable resistió mejor gracias a tres patas: energéticas con disciplina de capital, mineras apalancadas al oro y un pequeño pero dinámico ecosistema tecnológico que se subió a la ola de la IA. El conjunto funcionó si se aceptaba la premisa básica del año: proteger la divisa y dejar que los activos reales hicieran su trabajo cuando el ciclo global se ponía esquivo.

 

Cartera Permanente Suecia

Suecia fue la excepción serena. Con la inflación ya domada y una comunicación nítida del Riksbank, la economía pudo abordar recortes sin perder credibilidad. La corona recuperó terreno —más por confianza y valoración previa que por “carry”— y eso se notó al convertir carteras. La deuda a largo plazo, rara avis este año, ofreció números verdes gracias a expectativas bien ancladas y a unas finanzas públicas que no inquietan. En bolsa, el país aprovechó su mezcla de industria de precisión, tecnología exportadora y un incipiente ciclo de defensa: crecimiento sin estridencias y calidad de beneficios. Fue el caso de libro en el que las cuatro patas de una cartera —liquidez, bonos, acciones y oro— trabajaron a la vez, sin que ninguna monopolizara la película.


Cartera Permanente Suiza

Suiza hizo de Suiza. La inflación residual permitió a su banco central moverse con comodidad; el franco permaneció casi inmutable y, con él, la sensación de refugio que tantos buscan cuando el resto del mapa hace ruido. Los bonos entregaron estabilidad y poco más, justo lo que se espera de un activo que se compra para dormir. La bolsa, con su trípode de farma, consumo defensivo y algo de lujo, sumó sin hacer aspavientos, ayudada por una divisa que no estorbó a los exportadores. El oro fue un complemento natural más que una urgencia: en un país donde la moneda ya hace parte del trabajo de cobertura, el metal precioso redondeó la diversificación.


Cartera Permanente Japón

Japón vivió un cambio de régimen sin renunciar a su idiosincrasia. El banco central siguió la ruta de la normalización con pasos cortos; el control de la curva quedó atrás, las tires subieron y la renta fija, tras décadas tranquila, recordó lo que es la volatilidad. El yen continuó débil, y esa debilidad fue gasolina para los beneficios de exportadoras y para un mercado de acciones que encadenó máximos apoyado también en mejoras de gobernanza y recompras más decididas. Fue el doble filo perfecto: quemaba tocar la duración larga, pero la bolsa ofreció una vía clara de participación en el ciclo, con bancos y fabricantes de capital sumándose a la fiesta. Para el inversor local, el oro fue especialmente útil: cobertura frente a la divisa y colchón frente a la transición de la renta fija.


Cartera Permanente Australia

Australia acusó la desaceleración de Asia y la digestión de su propio ciclo inmobiliario. El banco central, prudente, quitó algo de presión sin perder de vista una inflación que todavía exigía respeto; el dólar australiano, muy ligado a materias primas y sentimiento global, cedió terreno. La curva de bonos no encontró un catalizador potente y la bolsa avanzó menos que en otras plazas: las grandes mineras y los bancos pesaron, mientras renovables, turismo y algunos nombres de software aportaron la nota de crecimiento. En un año así, el enfoque que mejor funcionó fue quirúrgico: seleccionar calidad dentro del índice, no forzar duración, y mantener una pata de activos reales —el oro, muy relevante para su tejido empresarial— como estabilizador.

 

Lectura de conjunto

Si tuviéramos que condensarlo, 2025 fue el año en que el mercado diferenció sin pudor: premió la credibilidad (Suecia, Suiza), la productividad financiada con capex tecnológico (Estados Unidos, en su núcleo) y la mejora de estructuras de gobierno corporativo (Japón); y penalizó lo que olía a déficit persistente o a crecimiento demasiado dependiente del viento externo (varias monedas ligadas a commodities).


La moraleja por geografías no va de porcentajes, sino de arquitectura: moneda con fundamento, deuda larga comprada con criterio, renta variable donde el beneficio sea de calidad y —por encima— una pieza real, líquida y apátrida que pegue el conjunto. En 2025 esa pieza volvió a ser el oro. Con esa disposición, las carteras no solo sobrevivieron a la fragmentación, también aprendieron a navegarla.


Hasta aquí el comentario de cierre de mes. Nos vemos dentro de un mes comentando la situación, aunque los que conocéis el concepto de Cartera Permanente ya sabéis que esto es más un ejercicio filosófico que necesario.



Si quieres hacer cualquier tipo de consulta, puedes hacerlo aquí.




Descargo de responsabilidad

Carlos Santiso Pombo es Gestor de Fondos de Inversión Senior en Andbank WealthManagement SGIIC, entidad supervisada por CNMV donde gestiona diferentes vehículos de inversión y carteras discrecionales. Estos vehículos y carteras pueden estar invertidos en los subyacentes, instrumentos, activos o estrategias mencionados en esta publicación, pero no han tomado posiciones en valores mencionados en los cinco días hábiles bursátiles directamente anteriores ni posteriores a la fecha de publicación original, ni estos suponen más del 5% del patrimonio de ninguno.


Esta web tiene el objetivo doble de educar financieramente a sus visitantes e informar sobre noticias relacionadas con la vida profesional de su autor. No se debe considerar su contenido como asesoramiento en inversiones ni como una recomendación para comprar o vender activos. No es una oferta o invitación suscribir de participaciones o acciones de ningún vehículo de inversión.


Las opiniones expresadas por colaboradores o en enlaces no reflejan necesariamente la opinión del autor, empresas colaboradoras o afiliados. La información oficial y legal sobre los fondos de inversión gestionados por Carlos se puede encontrar en sus páginas web o en la web de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Se puede acceder a la información exigida por normativa gratuitamente mediante el enlace a nuestro aviso legal.

 

 
 
 

3 comentarios


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juan
14 nov

Probando simular con distintas carteras: cartera permanente, golden butterfly, 60/40, SP500, HFEA y 5 periodicidades de rebalanceo: anual, trimestral, mensual, semanal, diaria en todas sucede lo mismo, el mayor rendimiento y menor drawdown (no hay compromiso pues) se obtiene con el rebalanceo anual y curiosamente el diario es el second best, siendo el mensual el peor. Es como que el anual te proporciona momentum y el diario te protege de caídas bruscas de algún activo. El peor es el mensual (menos redimiento, peor drawdown). Me pregunto si vuestro pseudo-rebalanceo continuo por flujo de dinero entrante tiende más a meterlo tan pronto llega (diario) o se hace mensualmente.

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